Documentos: La juventud extraviada

Fuente: La Segunda

En este extracto, la directora de Servicio Público de la Fundación Jaime Guzmán, María Jesús Wulf, hace un análisis exhaustivo en torno a la juventud chilena, trata de responder a la pregunta de qué compone este grupo y cuáles son sus motivaciones en el contexto social-político actual.

Según indica La Segunda, No es fácil analizar la juventud. Ya que todavía no está institucionalizada como un campo de estudio, existe escepticismo en cuanto a su definición. ¿Acaso se puede limitar con fronteras claras quién es joven y quién no lo es? ¿Se puede considerar como un todo coherente? La juventud es una etapa de transición inestable, un momento volátil de crecimiento y cambio. Sabemos además que hoy es una aspiración permanente de muchos otros grupos etarios que, habiendo superado esta etapa, anhelan nunca salir de ella.

De forma consciente o inconsciente se han hecho diferentes esfuerzos para convertir a la juventud en una categoría social. Darle forma y límites permite ordenarla, esperar acciones específicas, construir un imaginario social que facilite la interacción con ella. Dicho ejercicio en Chile ha llevado a que- coloquialmente- se le considere como una etapa de aprendizaje, subordinación, noción de responsabilidades, “carrete”, egoísmo, estudios, inmadurez, libertad, entre otros.

La construcción de este imaginario colectivo ha simplificado y ocultado la complejidad del fenómeno juvenil. Desde los orígenes de los estudios sobre juventud en Chile ya se evidenció la imposibilidad de concebirla como un todo coherente. Los jóvenes son heterogéneos porque son parte de una sociedad altamente diferenciada. Y ello afecta incluso la duración de su etapa juvenil.  Así, por ejemplo, no es lo mismo ser joven en zonas rurales de Chile, en zonas aisladas donde se recibe una baja educación y es forzada una adultez temprana, que en sectores urbanos y donde el acceso al trabajo requiere de un largo período de formación profesional.

No obstante, existen procesos que facilitan esta lectura. La juventud es perceptible biológicamente: podemos distinguir por el físico las diferencias de un niño con las de un joven. Y también, gracias a códigos culturales, podemos diferenciar a un joven de un adulto. Este paso sería el que se encuentra altamente determinado por el contexto sociocultural. Un joven es capaz de procrear en edades tempranas, pero la sociedad instala ciertos momentos ideales para la adquisición de tales responsabilidades.

De esta forma, ser joven es un momento propio de la especie humana, pero su duración y características varían según la cultura particular en la que emerge una u otra etapa de este grupo social. ¿Cuáles serían entonces esos elementos culturales que permiten delimitar hoy a los jóvenes chilenos?  Analizar este tema permite proyectar comportamientos con los que podemos dilucidar los cambios que pueda vivir nuestro país. Los jóvenes son expresión del orden social, pero son también una apertura a la transformación. Por dicho motivo hemos querido mirarlos con detención.

Los resultados de nuestra investigación son extensos y son tratados detenidamente en los capítulos del libro. En este trabajo se estudió a los jóvenes que hoy forman parte de la Generación Z, los cuales tienen entre 15 y 25 años. Para elaborar el cuestionario se realizaron 9 focus group y luego se aplicó una encuesta en la zona norte, centro y sur del país, a jóvenes de diversos niveles socioeconómicos.

En primer lugar, el estudio destaca que, aunque muchos especialistas  de este campo eviten describir lo juvenil como una categoría cerrada, emerjan estados comunes que difieren abruptamente de la generación que les precede. Ya no podemos observar al joven que vivía el presente, sin mayor proyección del futuro, gastando su energía en un carpe diem permanente, carente de mayores responsabilidades. Esta generación aparece como más consciente, pragmática y práctica. Atrás ha quedado la visión más indulgente e idealista que permitía actuar sin proyectar las consecuencias. Emerge un interés por el control y minimización de los daños que puedan provocar los actos no planificados:

Los jóvenes se han vuelto conscientes de la incertidumbre que produce la acción. Conscientes de que estudiar es necesario, pero que también ello puede traer efectos negativos. El endeudamiento, la imposibilidad de encontrar trabajo, son frustraciones posibles. Mirar esa realidad, les produce ansiedad. Preocupación de definirse, de aclarar la ruta y planificarse para alcanzar sus objetivos propuestos.

¿Qué ruta?

Nuestro segundo hallazgo es que existe un problema para definir un rumbo. No hay ruta porque tambalean los marcos de referencia. Siendo el bienestar económico una meta a la cual aspiran como generación, no quieren recorrer el mismo camino que siguieron sus padres o hermanos mayores. El concepto de alcanzar un pleno desarrollo material, inmolando todas las otras dimensiones de la vida, es algo que problematizan:

No están dispuestos a pasar por lo mismo y cuestionan que el éxito sea el único valor que impulse el trabajo humano. ¿Qué costos familiares habrán vivido? Pareciera ser que los suficientes para evitar proyectar sus propias familias, hasta el alcance de un alto número de aspiraciones materiales. Antes que hijos, dicen necesario realizar viajes y lograr obtener la casa propia. Es decir, cuestionan las formas de organización del trabajo y reordenan las prioridades de sus vidas personales.

Tampoco es posible proyectar un trabajo satisfactorio sin tener espacio para el reconocimiento personal. Le impulsa ser parte de uno en el cual puedan aportar y ser apreciados, sin mayores jerarquías. Contribuir desde la propia identidad, sin ser un engranaje de una estructura ajena que los despersonaliza. Trascender, dejar huella pareciera ser un anhelo que no cualquier organización puede otorgarles.     En tercer lugar, otro aspecto que llama nuestra atención –en tanto lo consideramos como ajeno a lo propiamente juvenil- es la carencia de vitalidad. Aunque pasan por una etapa de amplias libertades declaradas, tienen elevados niveles de determinación y auto exigencia, que en algunos casos les produce estrés. Tenemos una juventud tempranamente agotada. La formación profesional se torna un trabajo presente para el control del futuro, una responsabilidad de suma importancia, que afecta directamente el alcance de sus metas.

Ahora, emerge una última cuestión problemática. ¿Qué carrera? Existe una tensión en este campo. Si bien hay jóvenes que se encuentran satisfechos con su elección, el estudio cualitativo mostró como se encontraban sin una hoja de ruta que les permita determinar en edades tempranas qué hacer con su vida laboral. Escoger una carrera involucra riesgos determinantes que les provocan preocupación. Un título no asegura el futuro ni la felicidad.

Como síntesis, he intentado resumir brevemente algunos de los ámbitos en los cuales vemos a una juventud en tensión. Nos encontramos ante una generación pragmática, que vive de forma consciente los riesgos futuros de sus acciones, produciéndoles una ansiedad por controlar el futuro. Los jóvenes estudiados no pueden definir su ruta, porque ellos mismos cuestionan los caminos que han sido recorridos por quienes los preceden.  Por este motivo, buscan la configuración de nuevas trayectorias de vida que no son evidentes, pero sí exigentes, lo cual les produce abatimiento y estrés. Con respecto a su futuro fijan como norte el acceso al bienestar material –que resulta fundamental para ellos– pero con un trabajo que les permita poder desarrollarse integralmente, no solo dentro de él si no también integrando experiencias personales.

En definitiva, nos encontramos ante una juventud crítica, que al mismo tiempo manifiesta una aversión al riesgo que pudiera producir el cambio o incertidumbre de una vida nueva. Ante los datos obtenidos planteamos una hipótesis. Creemos que esta juventud no tiene todavía un proyecto definido porque este se origina en el mismo cuestionamiento y su motivación es la búsqueda de la autonomía individual. El espíritu crítico les oculta alternativas, y les amplía nuevas opciones que les producen riesgos desconocidos.  Por dicho motivo, consideramos que nos encontramos ante una juventud extraviada, una juventud en el proceso de definición de nuevos marcos de referencia para la adecuación de un comportamiento que se ordene a sus valores. ¿Cómo puede la juventud asegurar un equilibrio vital en tantos ámbitos en los cuales tiene una visión crítica, logrando vigilar los posibles riesgos? Hay caminos, pero nada le asegura el éxito añorado.

Nuestra tesis es que comienza a revelarse con más fuerza, en las nuevas generaciones, la contradicción de la libertad ofrecida por el proyecto moderno, lo cual les impide orientar su actuar hacia el futuro que intentan predecir. La diferenciación y complejidad continua de la actual sociedad chilena, produce nuevas inseguridades, que se buscan controlar principalmente a través del sistema educativo. No obstante, este no es perfecto y la familia juega un rol fundamental que no puede ser reemplazado y que ha sido subestimado y excluido en este proceso de búsqueda de sentido.

 

Libertad de Papel

Los rápidos procesos de modernización que se han producido en Chile durante los últimos 30 años, han multiplicado exponencialmente las oportunidades y con ello la capacidad de actuar ante un sinnúmero de alternativas. No trataremos en extensión los múltiples efectos positivos de esto, pero sí justificaremos algunas problemáticas inevitables de la modernidad.

Hoy vivimos en un mundo en el que la ciencia, como sistema específico, busca el alcance racional del conocimiento separándolo de la búsqueda del sentido- de la vida y de la muerte- que tradicionalmente entregaban las religiones. Dicho sentido ya no puede ser definido por Dios si no que, la acción racional del hombre, es la que escoge entre fines distintos que no pueden ser racionalmente jerarquizados. Como consecuencia, no es posible conducir la acción individual a fines comunes.

Esta es la contradicción de la supuesta emancipación del proyecto ilustrado: la negación de la tradición, de toda pauta condicionante, implicaría nuevas e inesperadas ataduras. Aparece en esto un problema moral que Joseph Ratzinger explica en múltiples de sus escritos:

¿Qué sería lo justo y lo bueno? Sin marcos de referencia y ante la crisis de los meta relatos los consensos se diluyen. Estamos ante una sociedad que cuestiona hasta la propia concepción de ser humano. Hasta la biológica condición de ser hombre o mujer. Se complejiza entonces la tarea de dotar de contenido ético aquello que deseo– ya sea el éxito personal, social, entre otros–, cuestión que termina por debilitar los cimientos que permiten apreciar la propia libertad. Extravío en el camino, pero también una desilusión al alcanzar la meta. Una frustración y vacío con respecto a las expectativas que tienen fuertes componentes hedonistas.

La persona, en esta nueva condición, vive subjetivamente un nuevo estado que puede producir angustia, en el cual, como describía Hannah Arendt, se desencadena la incapacidad de predecir y revertir nuestros actos. Lo que produce o causa esta condición, es por sobre todo la eventualidad de que algo distinto e incierto pueda ocurrir generándose así un espacio de desconocimiento e inseguridad.

La juventud chilena emerge con oportunidades dadas y observa su multiplicación. Pero al mismo tiempo carece de orientaciones claras que le aseguren tener el control de sus decisiones. La acción ejecutada es riesgo y el imprevisto puede tornarse una amenaza si no se cuentan con seguridades de respaldo. Más aún cuando no se tienen redes de apoyo que permitan enfrentar el cambio en compañía. Esta no consiste solamente en la presencia física de personas concretas, sino más bien en esa sensación de sentirse parte del operar cotidiano del mundo compartido que se les ofrece. Por dicho motivo, la generación que aquí es objeto de estudio estaría sumamente preocupada del futuro: vive más en este y sus posibles peligros, que en el presente que tiene a la mano.

Tenemos entonces una juventud con libertades, pero con presiones y temores. Con vértigo al futuro, con intentos de controlarlo, pero sin un mapa que los oriente en la ruta. Podemos ser de diferentes maneras, mas sin marcos de referencia nuestra existencia se torna angustiosa.

El camino que ofrece el control de riesgos choca de frente con el cuestionamiento a las premisas de la modernidad. Si los jóvenes no tienen como referente el estilo de vida de las generaciones que las preceden, y ello porque cuestionan los efectos que produjo su acción ¿cómo pueden salir de él si el desarrollo y la técnica en la cual se sumergen son las mismas que produjeron tales consecuencias? Esta idea está muy bien desarrollada por Ulrich Beck. Crecientemente, y más aún en las nuevas generaciones, surge una crítica a la modernización que cuestiona su legitimidad y despliegue. La repartición de riqueza no basta y se observa como una repartición de riesgos. El éxito de la misma modernización produce irritación, porque la autonomía individual y la negación de las determinaciones terminan por cuestionar los condicionamientos de la misma modernidad. Este es el problema que debe abordarse, si se quisiera asegurar un continuo desarrollo. Y no sabemos si ello se alcanza y resuelve vendiendo nuevos y variados seguros sociales. ¿En qué medida el bajo nivel de confianza que experimenta Chile, a nivel institucional, puede responder a esta sensación de no tener el futuro en la mano?

Creo además que esto puede ser más grave en una sociedad como la chilena, la cual no sólo ha sufrido una modernización y una complejidad mayor, sino que además, en muy pocas décadas,  se ha transformado radicalmente pasando de la desnutrición a la obesidad, y en donde se han modificado radicalmente las expectativas de vida. Este salto puede provocar caos en quienes por generaciones ni imaginaron el actual horizonte de posibilidades. Más aún si nuestras instituciones que aun cuando gozan de un reciente prestigio, lo cierto es que se adaptan lentamente a las exigencias del mundo moderno. Los tropezones permanentes de ese aprendizaje fallan en el cumplimiento de algunas promesas que elaboran políticos y empresarios. Emerge por ese motivo, la crítica generalizada.

Mucho se ha escrito sobre la juventud y su capacidad de manipulación por el consumo y también por las diferentes agrupaciones políticas que se les aproximan. No es posible creer que se encuentra totalmente clausurada, especialmente cuando se encuentra olfateando referentes. No obstante, los ejercicios exitosos de movilización –como el caso del Movimiento Estudiantil, Patagonia sin Represas y NO+AFP– apelaron a esa sensación de incertidumbre y riesgo. Más que la demanda política específica ¿no es eso lo que en mayor medida impulsa la acción ciudadana de esta generación? El discurso de sus dirigentes apelaba al riesgo de no poder tener una jubilación digna, el riesgo de no poder pagar los estudios universitarios, el riesgo de destruir la naturaleza.

“La juventud extraviada”, editado por María Jesús Wulf, y con la colaboración de Agustín Laje, Alejandro Navas, Felipe Bettancourt, Alfredo Jocelyn-Holt, Julio Pertuzé y Ana Luis Jouanne,  fue presentado el pasado jueves 09 de noviembre en el Memorial Jaime Guzmán y ya está a la venta en las principales librerías del país.