La forja de emociones: Democracia y dramaturgia

Publicado en La Segunda

Por Claudio Arqueros

El siguiente fragmento corresponde al primer capítulo de “Tensiones, emociones y malestares en el Chile actual”, editado por la Universidad San Sebastián y la Fundación Jaime Guzmán. El libro busca entender el fenómeno político que ha decantado en el proceso constituyente, en base a un estudio que hizo Criteria Research midiendo y evaluando los indicadores relacionados con las emociones en redes sociales.

En nuestro paisaje político, desde mucho antes del llamado estallido de octubre de 2019, se convirtió en un lugar común escuchar una exclamación clamorosa: “¡Chile cambió!”- Tal sentencia, con visos no menos dramatúrgicos, ha tenido usos y abusos desde una diversidad de voces institucionales (actores políticos y discursos elitarios) que muchas veces recurren a tal exclamación para explicar los nuevos retos de nuestra democracia y exaltar las virtudes de la modernización. Sin embargo, tal empresa no ha logrado descifrar con todo el rigor necesario los nuevos modos de “subjetivación política” que el país ha recreado. Muchas veces ello sirve para justificar la incomprensible desorientación de algunos diagnósticos, cuya “emocionalidad evaluativa” deja entrever la derogación de ontologías que la modernidad fue capaz de administrar mediante un nexo virtuoso entre el tiempo histórico y el horizonte de la “comunidad política”.

Esto amerita un análisis que trascienda la “política comunicacional” y abrace una dimensión socio-filosófica que identifique las claves argumentales y los insumos respecto de cómo se inscriben fenómenos de larga duración, como la “globalización” y la llamada “postmodernidad” en nuestro paisaje. Aquí el prefijo post viene a sentenciar el agotamiento del proyecto moderno, a la manera de un “ahora intransitivo” que deroga los ismos del siglo XX. Tal tarea es necesaria, asumiendo la hipótesis de que ambos procesos -más allá del exitoso uso editorial- se han visto masificados mediante “tecnologías de la comunicación” que apelan a nuevas costumbras, estilos de vida, y valoraciones heterogéneas, exacerbando diatribas y promoviendo un “ethos follenisteco”, donde reverbera la “cultura de la sátira” y el melodrama, produciendo efectos inciertos en la subjetividad política.

En una rápida sinopsis debemos subrayar que fue bajo la década de los 60, en el marco de una cultura de masas y procesos de industrialización, donde se acuñó la noción de “sociedad del espectáculo” -con un profundo sentido predictivo- dando cuenta de cómo el régimen visual crea constricción autónoma mediada por una imago ajena a los protagonistas de las mismas. Tres décadas más tarde, nos encontramos con la hegemonía de los mass media, temporariamente sin la revolución de internet. Aquí se precipitaron cambios “aluvionales”, por decir lo menos, donde asistimos a un momento de hiper-mediatización de la cotidianidad que ha configurado una ciudadanía más emocional, y menos político-reflexiva, cuestión que convierte a las expresiones ciudadanas en “dialectos” y “beligerantes” indescifrables a todos los análisis expertos, y por lo mismo, distantes de los sentidos referenciales que reclama nuestra gobernabilidad. Así, ante el declive de identidades políticas estables, y luego de observar el estudio de Criteria Research “Monitor de Tensiones y Malestares Ciudadanos como Predictores de Potenciales Conflictos Sociales) que motivó este libro, pareciera ser que la carga emotiva de los malestares será el “centro gravitacional” que definirá los diferentes ciclos de conflictividad, ritos ciudadanos y nuevas formas de insurgencias inscritas en “temporalidades” cambiantes.

En suma, luego de la primera masificación de los “primitivos” shopping center (década de los 90), vinculados a la cultura del VHS y los “barrios audiovisuales” (mundo de los mass media, zapping, consolas hogareñas y videogames), hemos sido testigos de la irrupción de los transcontextos que han venido a modificar la relación tiempo-espacio, promoviendo un cambio sustancial -más que sustantivo- en los procesos de cognición, afectando las rutinas de la sociabilidad y el sentido representacional de las instituciones. Bajo un nuevo “régimen de veridicción” cada melodrama “estetiza” las escenas de la gobernabilidad como si todo estuviera bajo la custodia de un “ojo digital” donde -entre múltiples fenómenos- nuestras élites (portadoras de capitales culturales, sociales y económicos) han viralizado su cotidianidad en una temporalidad donde la interacción entre emisores  usuarios ha cambiado radicalmente respecto a la primera fase de la globalización.

Lo anterior ha dado lugar a un momento itinerante en la articulación de los bloques políticos que, si bien no han obviado algunos clivajes clásicos que los distinguen, al menos en el mediano plazo, es posible rever que se seguirá erosionando la homogeneidad coalicional Todo indica que nuestra insustancialidad ontológica se encuentra bajo los gravámenes de n “orden semiótico” donde la hibridez, la fusión y el “travestismo ideológico”, serán los ejes de la deliberación ciudadana. Ello comprende un desafío al momento  de comprender los nuevos modos de asociatividad que los ciudadanos están cultivando, a saber la topografía online obliga a repensar las relaciones entre “política” y “subjetividad” en un contexto de comunicaciones emotivas.

Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos que vivimos tiempos difusos, donde la “memoria intemporal” hace que el presente resulte un futuro casi impensable tanto para la trama de la sociedad civil (subjetividades híbridas y emotivas) y los actores políticos (subjetividades institucionales). Y es que la recomposición de nuestro mapa coalicional aún no decanta criterios de trazabilidad compatibles con una segunda oleada modernizadora. Esto justifica que, aun cuando nuestro ensayo no tiene por finalidad ampliar una discusión semántica sobre la debacle de certidumbres socio-epistémicas o la crisis de paradigmas, resumidos en las categorías de “globalización” y “postmodernidad”, abrazamos la idea de mostrar cómo algunas categorías – que han sido analizadas transversalmente- nos ayudan a descifrar los nudos problemáticos de ambos estadios en un contexto donde reverbera un déficit de horizonte. En rigor, nos interesa el rendimiento social de estos conceptos, en tanto nos permiten domiciliar las diferentes expresiones de la vida contemporánea, desde la cotidianidad hasta la erosión de “actividad política” (desde hace tiempo más virulenta, mediáticamente polarizada y dada a captar las emociones de las audiencias). Ello justifica que existan diferentes dimensiones y nombres para caracterizar las nuevas formaciones sociales, a saber; sociedad postindustrial, sociedad de la imagen, sociedad del riesgo, sociedad de consumo, sociedad de la información, etcétera.

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En las discusiones de contemporaneidad, tanto en Chile como en Occidente en general, podemos constatar que algunas “minorías activas”, la llamada “política de la identidad”, ha venido a reivindicar el “lugar vacío de la subjetividad” y mediante este expediente enarbolan reclamos post-materiales, culturistas, de etnia, sexo-género, etc., a través de un conjunto de demandas particulares que tienen un “parecido de familia” con la “deconstrucción” y la fragmentación de la cultura, de la historia, etc., que al final se convierte en pura “diferencia” (…) Tras un orden visual gobernado por diseminación de los sentidos prolifera un escenario marcado por la disrupción de conflictos “sensibleros” que no buscan enmarcarse en un binomio bueno, malo, o verdad versus mentira, prescindiendo de toda axiología. Más bien apuntan a rebasar el campo normativo con micro-conflictos, muchas veces exacerbados y que operan a modo de maniobras que buscan dislocar el “orden de visual” y la “economía cultural” sobre los cuales se ha erigido nuestra democracia abriendo paso a minorías de variados domicilios y causas que tiene como pivote “aparatos emocionales” donde impera la sobre estetización, el mesianismo y el melodrama en los diferentes discursos. Esto último guarda directa relación con aquello que Richard Rorty ha denominado el “giro lingüístico”, es decir, el estatuto de verdad de un enunciado tendría más que ver con los “efectos performativos” de su andamiaje semiótico que con el “fundamento epistémico” de un enunciado. Sin embargo, ante una ausencia de fundamentación, todo intento de sociedad se clausura y extingue la política porque dicha des-fundamentación se termina asentando también en la cultura y en la política. Ergo, el lenguaje pasa a ser un mero instrumento, cuestión que a la vez decanta en una pragmática política, del momento que todo significado conceptual es apartado por el símbolo interpretable (sin sustancialidad).

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Bajo los efectos de un vertiginoso río informativo (postmodernidad), los liderazgos devienen (al menos como tendencia) en construcciones digitalizadas que circulan por las redes sociales. O, de otro modo, bajo el desgastado principio de autoridad de nuestra arquitectura republicana irrumpe en un Príncipe -posmoderno- que es, antes que nada, un “avatar” que circula velozmente por alas redes semióticas. El líder de turno constituye una personality online que ya no aspira a un liderazgo totalizador, sino que apela al percepto por sobre el concepto, a la emotividad por sobre lo metódico (el caso del Discurso del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, en La Habana el 2016 como ejemplo de figuras retóricas, expresiones poéticas, imágenes de juventud, todo resumido en “Yes, we can”). En suma, bajo el intercambio de flujos mediáticos aquello que alguna vez llamamos “tiempo histórico” ha mutado hacia una “temporalidad informática” que da rienda suelta al campo fenoménico para capturar lo político-social. Hoy, contra la esfera público-deliberativa habermasiana, las audiencias emotivas están asociadas a “flujos efímeros”. Aquí, un mensaje de red para que adquiera la condición de otros asuntos. O, de otro, modo, el “topic” comparte, en suma, los mismos atributos que un producto en la dinámica del mercado; esto implica que el comportamiento de los usuarios es similar al de los consumidores, que no admite ni requiere contrastación que venga de certeza alguna.

Hoy asistimos a “tiempos travestidos”, saturados de intervalos que estimulan la manifestación de fugaz de fenómenos. Se trata de imágenes que expresan la violencia nacionalista (ideología supremacista en la masacre de las mezquitas en Nueva Zelanda) y escenas referidas al terror de la fusión tecno-financiera (Donald Trump, presidente de Estados Unidos, y la obstrucción a la venta de dispositivos Huawei en la guerra comercial con China); corrupciones asociadas al #centralismo burocrático” que derivan en el “narco socialismo”; colectivos inmovilizados por el consumo; individualidades atrapadas en el pánico de las instituciones, en el drama televisivo o en la reyerta urbana. La hebra que atraviesa todos estos fenómenos y que pretende obrar como el simulacro de la integración es el “shock emocional” cuya facultad para cotidianizar la técnica, la política, la imagen y la economía pretende homogenizar la experiencia. Aquí todo se reduce a una formula de temporalidad que se agota en sí misma: la actualidad. Así es como las nuevas comunidades virtuales nos llevan directamente a la confección de intimidad pública como una mercancía que derrota las distancias espaciales.

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En nuestra parroquial escena la mediatización de las emociones se ha ido convirtiendo en un recurso satírico, denunciante, donde convive venganza y melodrama. De allí que la ciudadanía experimenta el goce de las disputas institucionales y elitarias porque son concebidas como “pleitos familiares” (Caso Caval bajo el Gobierno de Michelle Bachelet, 2014-2018). La cólera popular en las redes sociales genera un clima de crispaciones, una nueva ágora de la beligerancia, donde migra la exacerbación de las emociones (sátira, denuncia y juegos de victimización) que subyacen a los diferentes significantes en circulación. La vinculación emocional que estimula la participación está dada previamente por el nivel de identificación que se pueda tener con una determinada víctima visibilizada en los medios. En suma, los relatos y e imágenes ciudades ceden a la mediatización y el escándalo donde el “vitriol” (fake news) de las redes sociales se manifiesta en su más lamentable expresión y “schit storm” sustituye las observaciones de una ciudadanía reflexiva, por una retórica inflamada.

En este sentido, las nuevas técnicas del marketing, los datos entregados a un presente inmanente, las encuestas que friccionan el control de los antagonismos, la televisión, el internet, las redes sociales, la política de matinales, los centros comerciales, etc., modelan la vida cotidiana en todas sus manifestaciones de consumo y emotividad. El poder coercitivo se desplazaría horizontalmente ya afectaría las relaciones sociales en su ocurrencia cotidiana, y la mercadotecnia es la expresión bio/política en que se expresa una sumisión no velada. Otro ejemplo de cómo se ha reconfigurado el lugar y los modos de comunicación política, se devela observando los matinales televisivos cada mañana. Incluso, es cada vez más frecuente que los comunicadores hagan de sus espacios televisivos plataformas para convertirse en opinólogos. En suma, los espacios de información-entretención televisiva son ahora también “activo visual” de una eventual trayectoria política; así hemos transitado “de los medios a las mediaciones”. En lugar de ser concejal, alcalde, presidente de federación, el matinal resulta más atractivo como tribuna para hacer carrera política o como nueva vitrina para los políticos consagrados, desplegando el sentimentalismo de la “intimidad pública”. El actual clivaje se juega entre subjetividad y mediatización donde la imagen del “político viralizado” responde a estos nuevos “travestismos visuales” donde la TV reproduce la ausencia de verdad a partir del rol actoral nutrido de cámaras, luces y escenarios que conforman el universo del “simulacro”.

Las diferentes herramientas tecnológicas y redes sociales -en el marco de una intercomunicación global y una cultura que valora (o se deja llevar por) la instantaneidad – juegan también un papel fundamental en la proliferación de otro fenómeno que irrumpe y desdibuja el debate público: la posverdad. Analizar este fenómeno, en tanto es parte del paisaje sociopolítico descrito, permite avanzar en comprender este nuevo sujeto emocional que transita por nuestra sociedad u por sus redes de comunicación.

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