(Des)acuerdo

La posibilidad de un “acuerdo nacional”, al menos bajo ese rótulo (ya se ha esbozado por analistas antes en los medios), parece difícil. Los mismos actores políticos de oposición han dado señales que asienten a dicha premisa. Con todo, el poder fijar horizontes comunes es precisamente lo que se ha puesto en entredicho. Y no debería asombrarnos, pues si bien la realidad que atravesamos (en tanto sobrecargada de emergencia, urgencia, necesidad) está frente a nuestros ojos, desde hace tiempo que la disputa por el poder se sobrepone al bien mayor e infecta la posibilidad de apostar por lo común.

Así las cosas, no hay mucho que esperar, pues las señales que vienen desde parte de la oposición dejan claro que lo que la pandemia suspendió, la misma pandemia servirá para reactivarlo. Todo traspié, todo giro discursivo, incluso los reconocimientos públicos de lo desbordable que por sí misma es una pandemia para las economías sanitarias y monetarias (los propios médicos y economistas de todo el mundo lo han reclamado hasta el cansancio), serán interpretados como una gota más para el caldo de cultivo que preparan. Las necesidades las transformarán en culpas y en emociones (ya sabemos cuáles emociones), esperando el fin de las medidas restrictivas para reactivar un escenario de caos.

Parte importante de la oposición observa este tiempo como una espera que ―dada la trajicidad que de suyo carga― alimente malestares a modo de una olla a presión. No parece haber en los que se oponen al acuerdo la intención de suspender la seducción por polarizar el paisaje, aun cuando aquello coseche otra profunda crisis. El modus operandi pareciese ser utilizar la tragedia como dispositivo político en medio de un estadio en que la política debe precisamente aislar elementos perturbadores en pos de aunar criterios y horizontes. De otro modo, actuar como lo está haciendo una parte no menor de la oposición sólo paraliza los avances que necesitamos, suspende la promesa de la política (convivir en la diferencia) y, por lo mismo, profundiza la deuda que esta arrastra con la ciudadanía.

Llegamos a este escenario por varios motivos. De un lado, los andamiajes de los 90 fueron desacreditados por la misma ex Concertación. De otro, parte de la derecha se dejó seducir por la profundización de la dimensión emocional de la política, la cual venía acompañada de un relativismo galopante. Todos estos factores, si bien no agotan la crisis sociopolítica con que nos sorprendió la pandemia, son elementos propios de la política, lo cual obliga a una reflexión tanto diagnóstica como propositiva sobre cómo la fragmentación, la desvalorización de los acuerdos, la falta de gramática, y el avance de la curva descendiente de los valores comunes han afectado nuestra vida política.

Mientras, todo indica que deberemos resignarnos a que los tiempos y horizontes políticos de una parte importante de la izquierda caminen por una vereda diferente a las urgencias de la sociedad, aun cuando el costo siempre lo paguen los ciudadanos. Sin embargo, no deja de ser curioso que aquellos que hoy juegan con el rol que les ha endosado la ciudadanía, olviden que antes de la pandemia lo que la gente reclamaba a las elites era precisamente este tipo de conductas.

Claudio Arqueros, El Líbero, 4 de junio de 2020