La Convención fracasada

Por Jorge Jaraquemada

Publicado en CNN Chile, 26 de abril de 2022

 

Que aún no está el texto final, que debemos confiar en que se llegará a acuerdos entre los diferentes ‘colectivos’, que cualquier texto sería mejor que una Constitución escrita por cuatro generales, que la gente está mal informada, que se debe comunicar mejor el trabajo que llevan a cabo los constituyentes, que, en fin, las causas del desprestigio en que ha caído la Convención Constitucional son absolutamente exógenas a ella.

Detrás de todas estas justificaciones se encuentra una realidad cada vez más evidente: la Convención fracasó.

El horizonte que perseguía el acuerdo de noviembre de 2019 -alcanzado tres semanas desde que se inició la insurrección que abrió el camino al proceso constitucional en curso- estaba claro en el mismo título que se le dio.

El órgano encargado de ofrecer una nueva Constitución al país debía también traer paz y superar el estado de conflictividad y violencia por el que atravesaba (y aún lo hace) el país. Pero no ha ocurrido ni lo uno ni lo otro. Al interior de la Convención, más allá del esfuerzo de algunos, abunda la conflictividad, la radicalización, la agresividad, el autoritarismo, la exclusión y la ausencia de diálogo.

Desde el primer día nos hemos alejado de ambos objetivos, pero nada de esto ha sido circunstancial y no debería sorprendernos. Por el contrario, era esperable, por varios motivos.

En primer lugar, el diagnóstico de que los 30 años desde la recuperación de la democracia habían dado lugar a un sistema abusivo, a estas alturas ya no es un consenso y, en la medida que avanza el proceso constitucional, parece cada vez más cuestionable, así como también lo es la rapidez timorata con que algunos asumieron ese diagnóstico.

La amnesia de la ex Concertación dejó a parte de la derecha sola asumiendo la defensa de lo que se había construido y de lo cual ellos se enorgullecían hasta la primera década del nuevo siglo. Hoy el país tiene menos esperanza, la inversión se aleja, nuestra moneda se devalúa, los créditos se restringen.

En rigor, día a día vamos sumando incertidumbres y, una vez más, junto con los sectores más vulnerables, es la llamada clase media la que sufrirá los mayores perjuicios. Los sectores que se suponía que inspiraban las revueltas de los viernes y para los cuales se exigía dignidad, hoy tienen menos oportunidades de prosperar que hace tres años. Este retroceso de las capas medias se lo debemos, en gran parte, al proceso que atravesamos y al mal trabajo que ha hecho la Convención Constitucional.

En segundo lugar, era predecible que el sistema con el que se eligieron los constituyentes profundizaría nuestra fragmentación y conflictividad. El tiempo lo ha corroborado. Los privilegios con que compitieron los independientes y los que se otorgaron a los escaños para pueblos indígenas sólo contribuyeron a debilitar más nuestra democracia representativa, a los partidos y agudizar la polarización y los sentimientos anti elitarios.

Los partidos, con todo lo que se les pueda criticar y responsabilizar, son organizaciones que responden ante la ciudadanía de sus errores y faltas. Los independientes, en cambio, al no plegarse a una estructura jerárquica institucional, no son sujetos de responsabilidad. El caso de la Lista del Pueblo y de Rojas Vade es el más evidente ejemplo. La distorsión representativa con que se está escribiendo el texto constitucional, más allá de que sea producto de un (mal) acuerdo entre las fuerzas democráticas, ha sido un factor clave en la fallida tarea de la Convención. Lejos de alentar una Constitución que superara las supuestas divisiones que generaba la anterior, lo que hoy tenemos como resultado es exactamente lo contrario, es decir, un órgano donde no logran convivir democrática ni civilizadamente las múltiples identidades.

Una vez constituida, la Convención comenzó rápidamente a entregar señales de que, tanto el diagnóstico previo que aunaba a la mayoría hegemónica que la compone, como el sistema que hizo posible esa mayoría, se alejarían del mandato democrático que la ciudadanía les había entregado. Desde el primer día observamos cómo los afanes refundacionales y la odiosidad se tomaban los espacios del ex Congreso.

Primero fue la negación a cualquier intento de involucramiento del presidente de la República en el proceso. Luego todos presenciamos los gritos que recibieron a los niños que pretendían cantar nuestro himno nacional. Más aún, en lugar de partir el trabajo constitucional para el cual fueron elegidos, esa mayoría se dedicó por semanas a pedir el indulto a los mal llamados presos del estallido, acusados de cometer delitos gravísimos (quema de estaciones del Metro, saqueos, etc.). Una vez que comenzó el desarrollo del articulado, después de meses dedicados a redactar las reglas que guiarían a los constituyentes y de varios intentos de impulsar la cancelación de quienes opinan distinto, se evidenció sin pudor ni reticencia el espíritu refundacional y revanchista que inspira a la mayoría hegemónica que habita en la Convención.

Durante estos meses de trabajo lo que hemos visto se contradice con los principios que debieran inspirar a toda Constitución democrática. La defensa de la vida ha quedado absolutamente relativizada con amplia apertura al aborto libre. Lo mismo ocurre con la defensa de la propiedad privada y las diferentes libertades, como elegir un sistema de salud, de pensiones o el proyecto educativo para los hijos.

La misma suerte corre la posibilidad de alcanzar un efectivo pacto social, en la medida que no se vislumbra un sistema político que garantice el equilibrio entre poderes. Y es que, aun cuando todos estos nudos puedan merecer diferentes interpretaciones, lo cierto es que el modo en que se han dado las discusiones al interior de la Convención y en prácticamente todo lugar donde sus miembros debaten, sólo expresan que el objetivo de la paz y el encuentro democrático entre las diferencias ideológicas no se cumplió.

No sólo existen divisiones insalvables, sino además una nula intención por parte de quienes ostentan la mayoría hegemónica de buscar la extraviada ‘casa de todos’. Unos tratan a otros de mentirosos, otros acusan de “traidores” a quienes no avalan sus afanes radicales y así suma y sigue. Los informes de las comisiones se rechazan una y otra vez por malos o excéntricos, y en la medida que aumenta el número de artículos concluidos también avanza en la opinión pública la decisión por rechazar el texto constitucional.

Si a semanas de terminar su mandato lo que ha logrado la Convención es agudizar nuestra conflictividad y si en lugar de traer paz ha polarizado aún más las posiciones, entonces la promesa política del proceso, el centro de gravedad o razón de ser de la Convención, ya fracasó.