Rostros

A mediados de marzo, cuando todos suponíamos que las fuerzas de la primera línea de violencia se reactivaban, se dejó caer la pandemia, y con ello se avanzó hacia el confinamiento que aún padecemos. La política parecía así entrar en una tregua que, dado los soportes modernos que implicaba controlar la pandemia (despliegue de la razón instrumental, subordinación a la biopolítica, etc.), abría la posibilidad de cambiar el eje que se había instalado desde octubre, o al menos dejarlo en pausa. Sin embargo, el virus se tornó un dispositivo político para esa oposición que nunca quiso hacer un paréntesis respecto de la crisis que veníamos atravesando. Lo ocurrido ayer en el Congreso es un botón de muestra. Este escenario devela, sin embargo, que los partidos mantienen abierta una herida que se niega a cicatrizar, a saber, que han dejado de ser canalizadores de las demandas. No son capaces de solucionar los problemas de la gente, solo ofician de “Hermes”, sin ponderar las consecuencias económicas para esas mismas personas y para el futuro del país.

Las votaciones de los últimos miércoles, que reflejan esta realidad de los partidos, golpean a ambos sectores. A la Izquierda, porque la desnuda nuevamente en su incapacidad de proponer una medida que supere sus traumas con la calle (siguen anclados en anuncios añejos y populistas). A la Derecha, por su parte, la abolla mucho más fuerte, pues da cuenta de dos realidades que se deben constatar.

De un lado, no hay una gramática común en el oficialismo, lo cual impide aunar criterios respecto de lo que es populismo, o sobre el sentido de compromiso con el bien mayor, por sobre las querellas propias. Esto explica que los diferentes rostros de Chile Vamos anden a los escupitajos por las redes y la TV, y que voten siguiendo lo que parece popular, pero que carece de toda responsabilidad política y económica. Todo lo que hemos presenciado este último tiempo en eso que llamamos aún Derecha sólo muestra una realidad que, aunque a ratos incluso se vista de intelectualidad académica, no ha demostrado todavía ser más que un cúmulo de intereses fragmentados y sin más representación que los propios rostros que los promueven.

De otro lado, se deduce que no hay una coalición política en Chile Vamos, porque no hay advertencia capaz de hacerla salir de la estrategia presentista y mediática que la invade. Sólo existen rostros e intereses políticos débiles, estériles en aquello que resulta medular para construir algo en común, a saber, convocar. Algunos actores intentan liderar, e incluso, actúan responsablemente y han intentado contener el errante andar de los demás. Otros en cambio, sólo buscan salvarse a sí mismos. Pero lo cierto es que cuesta creer que se puede construir un proyecto colectivo o transversal con este nivel de fragmentación. Mientras esto no cambie, lo que hoy seguimos llamando Derecha seguirá capturada por aquellas plumas que entretienen y por la popularidad matinal de sus rostros.

Lo que ha acontecido estas semanas da cuenta que no hay en la Derecha (menos aún en las Izquierdas) la capacidad de construir narrativas post transicionales que revindiquen la política. Esto ocurre porque se ha dejado de creer en aquellas convicciones que marcaron nuestra historia reciente. La concordia política, el estado de derecho, el progreso, responsabilidad, etc., ya no son valorados. Los partidos de Izquierda adoptaron el todo vale para lograr los cambios que buscan. Lamentablemente, parte de la Derecha, creyendo ilusamente que recuperará parte del “saldo” perdido con la ciudadanía, ha aceptado este atajo.

Claudio Arqueros, El Líbero, 16 de julio de 2020